viernes, 12 de diciembre de 2014

Calvario - Dura pero equilibrada

Ya está bastante utilizado y reutilizado el arquetipo del sacerdote malvado. Es una imagen que genera drama y tensión en sí misma dada la presunta contraposición y conflicto que presenta en sí misma. Pero ¿Se puede hacer una historia dramática, conflictiva y llena de misterio con un buen cura como protagonista?

Calvary es una película irlandesa del director John Michael McDonagh y cuenta la historia del Padre James (Brendan Gleeson), el capellán de una pequeña parroquia en un pequeño pueblo de Irlanda, cuya vida cambia el día que un misterioso confesor le revela que fue abusado por un sacerdote en su infancia y que, al final de la semana, va a matarlo, precisamente porque no hizo nada y el impacto de matar a un cura inocente sería mucho mayor. 

El Padre James se encuentra repentinamente en una extraña posición en la que debe cuestionarse sus valores, si puede romper el secreto confesional y hasta qué punto Dios le pide que sea paciente y compasivo, aun con su vida en juego. Su calma, su tolerancia y su interés auténtico en la gente de su pueblo se ponen a prueba al ser constantemente provocado y ridiculizado por la desconfianza y el desinterés. 

El misterio de quien es el confesor funciona sólo con la audiencia, dado que el Padre James lo reconoce, pero por razones propias, decide no revelar su identidad. Eso genera una tensión mucho mayor que mantiene a la audiencia atrapada entre descubrir al antagonista y determinar cuál será la decisión final del protagonista.

Los sospechosos son coloridos y están increíblemente bien representados. Aidan Gillen es un doctor cínico que justifica su ateísmo en los casos que ve. Chris O’Dowd interpreta a un hombre cuya esposa seductora y promiscua (Orla O’Rourke) lo engaña con hombre marfileño. Dylan Moran es un hombre millonario cuya familia lo abandonó y que no siente amor u apego por nada que lo rodee. M. Emmet Walsh interpreta a un escritor en los últimos días de su vida que trata de determinar si le queda algo por qué vivir. 
La isla entera está poblada por personajes eclécticos que se sienten muy familiares. Todos ellos van a misa los domingos y escuchan los sermones del Padre, pero ninguno le tiene algún aprecio en particular.

Además de su amenaza, James lidia con la visita de su hija Fiona (Kelly Reilly), producto de un matrimonio previo en el cual él enviudó, quien intentó suicidarse recientemente. La película plantea constantemente dilemas filosóficos y teológicos en boca de cada uno de los personajes, generando una ida y venida entre esperanza y nihilismo, fe y escepticismo, resentimiento y perdón, mientras James trata de determinar no sólo qué es lo que un buen cura debe hacer sino qué es lo mejor para la gente que lo rodea.

La actuación de Gleeson es impresionante. Es incomparable cómo de a ratos demuestra vulnerabilidad enternecedora y en otras ocasiones muestra fortaleza y liderazgo sin imponer sus creencias o valores en nadie. Son perlas las escenas en las que el Padre deja salir enojo y tristeza, demostrando que aunque represente una institución que muchos a su alrededor desmerecen, él sigue siendo humano y la tolerancia humana tiene sus límites.

El misterio y el suspenso se complementan muy bien y el ritmo de la película es impecable, tomándose el tiempo de develar a cada individuo mientras nos apresura el recordatorio de que James tiene una semana para decidir qué hacer.

Calvary es una película dura y solemne que no critica a la Iglesia Católica como institución, pero tampoco hace apología de su doctrina. No excusa los crímenes cometidos por los involucrados ni la hipocresía de quienes hablan en su contra con altanería. Denuncia lo que puntualmente es denunciable a la vez que presenta un ejemplo de buen pastor en su protagonista. 

Es una historia muy humana, muy fuerte y para nada tímida en el manejo de las emociones que surgen de situaciones traumáticas y críticas. Es loable no sólo en la creación de un misterio sencillo y firme y un conflicto satisfactorio sino también en el fuerte mensaje que deja: que por mucho que tengamos que decir sobre las miserias de la gente, hay mucho de qué hablar sobre las virtudes. 



James: I think there's too much talk about sins and not enough talk about virtues.

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